jueves, 15 de marzo de 2012

Saliendo de casa hacia Talavera

Tras un día de agotadora tarea laboral, recobro el ánimo con ilusión y esperanza puestos en el periplo a realizar ya mismo. Recojo los enseres que portaré estos días y los voy apartando para ubicarlos en las alforjas. Me tomo un momento para una breve ingesta alimenticia que ya “hace hambre”.
Las alforjas están preparadas, llenas de cosas y montadas en la bicicleta, hago un último breve repaso general del estado de la montura y pongo la marcha hacia la estación de ferrocarril. Son alrededor de las 15:40h.
La tarde es radiante gracias al sol que domina y calienta el ambiente. La temperatura es agradable tirando a calurosa, lo que me permite disfrutar de mi pedaleo por el carril bici que me llevará hasta destino, atravesando el parque del Buen Retiro madrileño en el que multitud de personal pasea y se regocija cada uno con su ocio. El recorrido es de unos 11kms. que se hacen más rápido de lo que preveía puesto que a las 16:25 ya estoy en el enorme vestíbulo de la estación de Atocha. Espero a que lleguen mis amigos y, mientras, observo el trasiego de gente que pasa ante mí con prisas, unos, y con pausas, los menos.
Aparecen en seguida, con sus monturas cargadas de mochilas. Nos proponemos tomar un  pequeño bocado para hacer algo por nuestra nutrición ya que no han comido nada. Dudamos de a dónde dirigirnos puesto que la oferta existente en la estación está masificada y, realmente, no nos convence ningún local de los que vemos. Hablamos con la muy amable chica que está empleada en comprobar los billetes que nos dan acceso al andén y nos aconseja que nos vayamos, ya mismo, hasta Villaverde Bajo, que es realmente donde debemos tomar nuestro tren hacia Talavera de la Reina (TO) y allí nos atenderán estupendamente en el bar que, según vimos, está más “humanizado” que los que acabamos de rechazar en Atocha.
Tomamos posesión del local a las 17:17h. aparcando los bípedos dentro del bar sin pudor alguno. No molestaban por ser una hora en la que había poca concurrencia de paisanos.
Allí “caen” unos botellines, con sus tapas respectivas, unos bocatas y un cubata a modo de ritual con la pretensión de dar inicio oficial a la ruta y brindar por ello. Y por nosotros. Y los ausentes…
El bar es el típico de barrio trabajador, un bar sin más pretensiones que tratar bien al cliente, que demasiado tiene ya con salir a la calle a buscarse la vida y salir adelante día a día. Acaba de irse alguna persona cuando entra una señora de buen ver a pesar de tener una cierta edad. Evidentemente, reparamos en ella y en su jovial aspecto. Se está tomando algún refrigerio.
Tras charlar un rato riendo con la amable y dispuesta camarera nos aconseja que en el tren hablemos con el revisor. Un tal “Piter”, que nos atenderá muy bien si le comentamos que nos ha recomendado ella. Nos vamos al andén y esperamos a que llegue el tren.
Ya ha llegado, no hemos esperado más que unos pocos minutos y ya estamos subiendo al mismo. El revisor nos ha visto cargar con las bicicletas y se ha dirigido hacia nosotros inmediatamente para indicarnos el lugar donde debemos dejar las monturas. Estos trenes regionales está preparados para ello y disponen de un habitáculo junto a la cabina del conductor a tal fin


Para evitar ciertos inconvenientes que pudiera producir montar en el tren las bicicletas con sus respectivos bagajes, me había provisto tiempo antes de un documento que expide Renfe, a modo de salvoconducto, confirmando que nos autorizan el transporte de las tres bicicletas, esto evita problemas al darnos preferencia en acaso de coincidir con más gente que también transportase sus bicicletas sin dicha autorización. (Tfno. 91 5066650).
En el trayecto charlamos con el revisor, Piter, y pudimos constatar que, en efecto, era un tipo muy majo y atento.


 Por fín llegamos a Talavera. El tren ha “aparcado” en una vía sin tráfico y lo han dejado desconectado puesto que hasta mañana no lo vuelven a utilizar. Bajamos las bicicletas al andén, Se bajan los viajeros y el conductor y el revisor. Piter vive allí y, mientras caminamos saliendo de la estación, nos aconseja algunos lugares donde podemos cenar bien y nos despedimos de él puesto que se va a su casa a descansar. Un tío con buen talante y servicial: muy majete. Está anocheciendo, deben ser las 20:30 h. Montamos y pedaleamos callejeando por la ciudad en busca de nuestro hotel, aunque, antes, hacemos parada a sellar la credencial en la Iglesia de Santiago Apóstol (Calle de San Sebastián, 4) ante la cual hubimos de esperar a que acabaran los oficios para poder pasar a la sacristía donde un afable anciano sacerdote nos puso el sello y nos dio ánimos y dijo que rezáramos en Guadalupe, a la Virgen, a nuestra llegada a destino.
Según callejeamos puedo constatar el cambio que ha sufrido esta ciudad, que fue zona de paso por la carretera N-V, la cual partía en dos a la urbe y le confería un extraño status de localidad sucia y mal cuidada. Ahora, una vez que la carretera la trasladaron hace unos años bordeando la ciudad, se puede degustar del agradable paseo por sus calles modernas, unas y, otras, de rancio sabor añejo.
Desde allí nos dirigimos a la Iglesia de la Virgen Nª. Sra. del Prado (Avda. Extremadura. Jardines del Prado, junto a la Plaza de Toros), patrona de la ciudad.  Es una iglesia enorme, muy bonita, parece una catedral. Pero al visitarla por dentro y al ser tan tarde, la sacristía se encuentra cerrada. Mala suerte. Salimos a verla desde afuera. Buscamos la entrada al despacho parroquial pero también está cerrada. Es de noche y las farolas iluminan la fachada con esos tonos amarillentos que proyectan sus bombillas de ese color. Nos vamos a recoger nuestras bicicletas que las hemos dejado en la entrada principal. Según vamos hacia ellas nos topamos con un joven que se dirige hacia nosotros y nos habla preguntando si las bicicletas son nuestras: se ha percatado que somos peregrinos y se trata del señor cura. Muy amablemente se ofrece a abrirnos la sacristía y nos sella la credencial. Nos regala unas estampitas de Nuestra Señora del Prado, que nos protegerá en el camino. Nos pide que recemos a la virgen de Guadalupe cuando lleguemos. Nos despedimos de él y le agradecemos el empeño que ha depositado en atendernos tan bien.
Es tarde y debemos ir al hotel a tomar posesión de las habitaciones. Nos alojamos en el hotel Be Smart, confortable, moderno, bien ubicado en el centro y a buen precio. Está junto a la estación de autobuses y el Corte Inglés.
Tras asearnos, nos vamos a cenar al bar La Alcaparra (C./ Joaquina Santander, 73), un muy buen sitio donde las tapas son generosas y casi no hace falta pedir raciones para acompañar. Mientras tanto, el Atleti gana en casa del equipo turco que le ha tocado en la eliminatoria de Uefa League. Les hemos metido tres a los otomanos en su casa.
Nos tomamos unas cervezas más y nos vamos a dormir, que estamos cansados y mañana es “día de escuela”.

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